Bloomsday: tuitear, leer, pensar a Joyce
HÉCTOR PALACIO
Cada 16 de junio los lectores de James Joyce celebran en Dublín y el resto del mundo el Bloomsday. Nombre derivado de Leopold Bloom, personaje central en Ulysses. Celebración ingeniada por John Ryan y Flann O’Brien, se dio por vez primera en el cincuenta aniversario de la travesía dublinesa de la novela que se desarrolla durante ese día de 1904. Actividades de toda envergadura, iniciando por la lectura, toman las calles y establecimientos de Dublín y encuentran eco en varias ciudades del mundo. Este año el festejo se incorpora a twitter pues a las ocho de la mañana –con el reloj de la novela- se iniciará el tuiteo mundial de amplios fragmentos del extraordinario monólogo interior. Esta sería mi primera entrega: “Stately, plump Buck Mulligan came from the stairhead, bearing a bowl of lather on which a mirror and a razor lay crossed.” Los tweets estarán a cargo de voluntarios esparcidos por el planeta. Tal vez alcancemos a suscribirnos el próximo año.
Hasta aquí la información. El derecho del lector se impone y puede abandonarse la lectura en este momento. Lo siguiente son meras elucubraciones.
Natural y afortunado es descubrir a James Joyce con el alentador Retrato del artista adolescente, después continuar con la extraordinaria densidad de los cuadros Dublineses, incorporar Música de cámara y las Cartas de amor a Norah Barnacle y con ellas la “obscena” intimidad del escritor para con su mujer. A partir de allí un como freno nos detiene de tanto que hemos escuchado sobre la dificultad monumental de Ulises; Finnegans Wake, ni pensarlo. Contención que se revuelve sobre sí misma al ver Off Broadway The Dead, versión teatral de la última historia de Dubliners que también ha servido de conmovedor argumento para Exiles, o cuando se consideran las canciones de Samuel Barber, Luciano Berio o John Cage sobre poemas y textos joyceanos. Con el tiempo se percata uno de qué tan impregnado se está de Joyce cuando nos sorprendemos en nuestros propios monólogos mientras caminamos incansablemente, cuando imaginamos unos riñones a la mantequilla, una pinta de guinness y una bella pelirroja.
Pienso en Joyce y brota de inmediato el recuerdo de Salvador Elizondo. Se sabe de su fruición por el escritor irlandés. Como aperitivo de una comida hacia el 2000, copa en mano, Salvador, cruzado de piernas, aparece alegre hundido en mullido sofá. Habla poco pero el rostro marchito y los ojillos expresan la alegría de quien comprende la escena y la digiere en su proceso interior abigarrado. Ya sentados a la mesa, lo tengo justo frente a mí. Cierto aire grandilocuente emana de su breve figura y de un impostado sonido que fluye con tal suave autoridad que uno repara apenas en su cualidad nasal, casi gangosa (“tono de voz gangoso pero a la vez cadencioso y que sabía imprimir un cierto aire distinguido cuando pronunciaba los textos en inglés o en francés”, Un coup de dés jamais n’abolira le hasard, por ejemplo, dice mi amigo Fernando López, alumno suyo en el taller de poesía de la Facultad de Filosofía y Letras). Pero la gracia, casi adolescente, se impone en el conjunto de la personalidad de quien estoy admirando mientras repaso en los meandros el laberíntico instante de Farabeuf, pues tengo al autor allí mismo. Autor que un tanto o un mucho desentendido del resto de los comensales, sin prestar atención, busca mi complicidad y comienza a tararear “Morgenlich leuchtend im rosigen Schein…”de Die Meistersinger von Nürnberg. No puedo creer que sepa de memoria la maravillosa Canción del Premio de Walther von Stolzing. ¿Es en serio? Sí, conoce de cabo a rabo Los maestros cantores. Al unísono fraseamos la hermosa cadencia “Eva im Paradies”. Canta Salvador un buen rato entre sorbos y breves bocados. A los postres susurraba ya un bolero.
De vuelta al mullido lugar, después del digestivo, se dobla sobre sí mismo como flor marchita sobre su tallo. Paulina Lavista (hija del prolífico musicalizador del cine mexicano, Raúl Lavista, fotógrafa, belleza a la Lorena Velázquez en Santo contra las mujeres vampiro, la esposa de Salvador), se sienta junto a él y limpia con pañuelo un hilillo que resbala de su boca. Salvador duerme una siesta de intrincado cerebro abandonado tal vez al sueño, a la imaginación, a una fantasía oriental, una provocadora traducción en curso, un texto mínimo que lento y gozoso manuscribe para su propio deleite. No es que haya tomado tanto, es la mariguana, me dice con cierta malicia indiscreta el anfitrión.
Después de ayudarlo del brazo a subir al auto en las cercanías del Parque México, llego a casa y abro el libro de la narración del instante chino, pero sobre todo, Cuaderno de escritura y leo un brillante ensayo sobre Borges después de haber releído “La Historia según Pao Cheng”, el insondable cuento de Narda o el verano. Salvador Elizondo se yergue maravillosamente sobre su propia obra. Al final, antes de dormir esa noche, leí de Poe su versión de Filosofía de la composición y comparé The Raven con su bella traducción del mismo. Sin embargo, Pao Cheng quedó flotando en mis sueños.
Una tarde pasé con Gabriel Careaga a su casa de Coyoacán para recoger a Paulina con quien iríamos al teatro y luego a cenar a la Avenida de la Paz en San Ángel. Ese día sólo lo saludé. Estaba abrumado por la conducta de su hijo adolescente, él, ya en edad de un abuelo reposado pero con espíritu jovial.
Una tarde-noche más significativa fue cuando asistí a una conferencia que daba en el antiguo edificio de la Cámara de Comercio de la Ciudad de México sobre Reforma. Desde mi silla pude admirar las grandes letras esmeradas, delicadamente dibujadas sobre el papel. Al final, cuando por alguna razón inexplicable el público se fue sobre los demás ponentes, Salvador se acercó al muro desde donde yo contemplaba la escena. Platicamos un tiempo sobre Joyce, Ulysses y Finnegans Wake. Exhibe la serena pasión por Joyce que asoma desde la adolescencia. La ambición trunca por traducirlo a su manera. Cuestiona con aire que entiendo paternal que para qué leo la traducción del Ulises –no deja de reconocer la de Valverde, no está mal- mejor será intentar en inglés. De la obra última cree que es en realidad intraducible. Con que entiendas algunas cuantas líneas por aquí y por allá del Finnegans es mejor que si procuras una traducción imposible e inútil. (Recuerdo en ese instante otra gracia relatada por Fernando y que tiene que ver con el conflicto entre la concisión y la abundancia en una obra. Conferenciando en El Colegio de México, Elizondo ha dicho la extravagante pero maravillosa idea de que un poema de dos líneas de Pound o Hulme podrían en su esencia y brevedad contener los siete volúmenes de A la recherche du temps perdu. No es crítica a Proust sino una simple extravagancia fruto del complejo y sintético humor de Elizondo). Los críticos aún no saben si están ante un enorme fiasco o una obra magistral; no pasó lo mismo con él. Finnegans Wake le costó trabajo, no como el Ulysses que leyó al menos seis veces, pero al concluirla supo que marcaba el fin de la literatura homérica occidental: “Si Ulysses es la Odisea bajo el signo poundiano de make it new, el Finnegans Wake es la entelequia de la literatura. Creo que, más allá de Finnegans Wake, ya solamente queda el sistema de la escritura china. Es lo único, que yo sepa, con lo que podríamos hacer algo nuevo los escritores occidentales”. Y sí, Salvador Elizondo solía unirse a la celebración del Bloomsday.
Me despedí en la acera de Reforma en una noche apacible y con un poco de brisa cuando me disponía ya a caminar. Y después de más de diez años continúa la lenta, paciente y gozosa labor de descifrar a Joyce si es que es descifrable. La publicación póstuma por Paulina Lavista de los cuadernos de Salvador Elizondo bajo el título de Los trabajos y los días en Letras Libres, es un acto de celebración en sí mismo y un añadido a la Teoría del infierno porque en el número de julio de 2008 se incluye una “Aproximación a James Joyce”, que nos proporciona una elucubración más detallada sobre Elizondo y su pensamiento, y sobre Ulysses y el genial escritor irlandés del siglo XX.
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