Lo que no vio José María Velasco
El 26 de agosto de 1912, mientras el pintor José María Velasco estaba esperando a la muerte en su casa en la Villa de Guadalupe, la ciudad de México no frenaba su día a día.

Aquel lunes, la fuente policíaca de los diarios estaba ocupada con dos asuntos: el “tenebroso homicidio” de un chofer y el hallazgo de cinco mil cartuchos -300 estaban ocultos en botellas de vino-, en una cantina ubicada en la calle Cinco de Febrero. Algunos de los reporteros tecleaban en la máquina de escribir notas que consignaban los turbios avances en las investigaciones sobre el asesinato del taxímetro Rodrigo Fuentes, en el rumbo de Nativitas. En su primera plana El Diario presentó a sus lectores el resumen del caso: “Sólo se sabe que el chauffeur detenía el carruaje cuando fue muerto. Lo demás sólo son deducciones, hipótesis y mucho de novelesco”. Otros, escribían sobre el chasco que se llevaron el Comisario de la Cuarta Demarcación y sus gendarmes, al tener que declarar inocentes al dueño de la cantina Centro Potosino, Alfredo Ledoyen, y a sus empleados, a pesar de que días antes los habían detenido bajo el cargo de contrabando de armamento, que posiblemente caería en manos de zapatistas.
En las Notas de Sociedad, no aparecía ninguna referencia a la salud disminuida del señor José María Velasco, quien para entonces era reconocido por sus 300 obras, por su trayectoria como profesor de la Escuela de Bellas Artes y por su participación en la Sociedad Mexicana de Historia Natural; pero sí se enlistaba los nombres de las “Señoras que reciben hoy”: Sra. Ignacia Jáuregui de Mena (5ª. de Bucareli 113); Sra. María Prieto y Sousa de Galindo (2ª. Arquitectos 52); Constanza Olmedo de Tagle (5ª. de Versalles 96); Srita. Dolores Sola (4ª. Sadi Carnot 116); Sra. María Luisa Dupont de Ramos (Av. Orizaba 58), etcétera.
En los tiempos en que frecuentar los caminos de hierro era como firmar una sentencia de muerte, la tarde de ese 26 de agosto sucedió algo insólito: las autoridades y la compañía de Ferrocarriles Nacionales celebraban que su determinación de enviar los primeros trenes desde Cuautla y Cuernavaca sin la obligada escolta de soldados, no haya concluido en un desastre. Los viajeros, al llegar a la ciudad de México, contaron que no habían sido detenidos por “malhechores” y que no habían visto a ningún zapatista armado.
Los atisbos de la vida cotidiana, a lo largo de ese día, seguían acumulándose. Un surtido inventario de objetos perdidos en los tranvías eléctricos llegó por la tarde a la Inspección General de Policía. En el 3537, ruta Colonia, Manuel Contreras extravió tres libros: un “Clef français”, un álgebra y una gramática; en el 3639, ruta San Ángel, una señorita olvidó su bolsa de mano de metal con pañuelo, una llave y 19 centavos; en el 3543, ruta Roma, el chofer halló cinco periódicos enfajillados; en el 3548, ruta Tacuba, apareció una caja con diez brochas; en el 3550, también dirección Colonia, un lector perdió su novela “La dama de noche”; en el 3559, ruta Tacubaya, alguien se desprendió de una toalla, una manga y un delantal negro; en el 3560, ruta Tacubaya, quedó entre los asientos un lavamanos de peltre. Sin duda eran días lluviosos, de otra manera no podría explicarse que 25 paraguas de caballero y uno de dama hayan figurado entre las cosas que entregaron al inspector de policía.
Este abismo de sucesos puede conocerse, cien años más tarde, gracias a que fueron a parar a las páginas de los
periódicos. Lo que sorprende, sin embargo, es que la noticia de la muerte del mayor paisajista del siglo XIX haya pasado desapercibida.

Fue hasta el 28 de agosto cuando El Imparcial y El Diario informaron sobre el funeral de Don José María Velasco.
El Imparcial publicó una breve necrológica en donde mencionaba que: “en el Panteón del Tepeyac se efectuaron ayer a las 4 p.m. los funerales del notable paisajista mexicano Don José María Velasco, habiéndose partido el cortejo fúnebre de la casa que habitaba en la Villa de Guadalupe”.
El Diario, en cambio, se esmeró en recordar su trayectoria: “El anciano señor Velasco había dado prestigio al arte nacional, pues en exposiciones de gran nombradía, efectuadas en París, Viena, Madrid, Italia, Milán, Chicago y otras, había conquistado los primeros diplomas y los primeros premios”. Además, valoró su obra: “Era el primero y el único paisajista mexicano que ponía más detalles y más claridad y color en sus trabajos”.
Parece que la despedida al pintor nacido en Temazcalcingo en 1840, fue muy emotiva. Hasta su tumba llegó un numeroso grupo formado por familiares, amigos, discípulos y admiradores. Algunos de ellos, salieron del panteón con la propuesta de que el retrato de Velasco y su obra se colocaran en las galerías de la Academia de San Carlos. Aquel día, como aseguró el redactor de El Diario, el arte nacional estaba de duelo.
Kathya Millares
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire