Madurez literaria
Luis Linares Zapata
José María Pérez Gay,
el escritor homenajeado en la FIL, dejó la ciudad de México para irse a
Europa a principios de los años sesenta. Alemania fue su destino de
fantasías juveniles. Su partida dejó, sin quererlo, un rastro de envidia
entre sus compañeros de la universidad. Después, un grupo de sus
condiscípulos habrían de seguir su arrojo en esa especie de fuga
estudiantil que mucho tuvo de aventura. Con el transcurrir de los años
algo se le ha raspado a ese caparazón de ilusiones y ansias ante lo
desconocido. Mal equipado en el conocimiento del idioma (que sería
después dominado con reconocida maestría) y la vestimenta, venció, como
pudo, su arraigada proclividad a intuir peligros inminentes al acecho.
Aún así, partió plagado de incertidumbres, pero dispuesto a enroscarse
en los seguros retos o cualquier adversidad por vivir.
Al cabo de 15 años de su largo peregrinar alemán, Pérez Gay (Chema o
Pepe para sus allegados o familiares) cinceló, paso a paso, con
sufrimientos y esfuerzo, una madurez literaria que ha transmitido, con
cariño y talento, a todo aquel que se le acerque. Bien pudiera ser a
través de una sabrosa conversación, o a través de la lectura de sus
obras: ensayos, traducciones, novelas, artículos o abarcantes y
singulares trabajos sobre un imperio que se esfumó en el rebumbio de la
confusa historia centroeuropea. A 20 años de la publicación de El imperio perdido, Plaza y Valdés la redita, mejorada y ampliada en sus contenidos. El imperio perdido es
un magistral relato, crítica literaria, penetrante y abarcador análisis
e investigación periodística y documental de ese irrepetible suceso
creador que tuvo lugar a finales del siglo XIX y principios del XX en la
Viena de 1900. En ese pedazo citadino se reunieron, por varios motivos
del destino, personajes que dieron forma a toda una concepción, llena de
matices que modularon, que enaltecieron la civilización occidental.El secreto proyecto original de Pérez Gay por adentrarse en la vida vienesa se vio enriquecido por la visita que hizo, en París, a una exposición de época que sólo allí, y en su ciudad de origen, se abrió al público. En ella se conducía de la mano a los atónitos concurrentes por salones repletos de autores deslumbrantes, compositores musicales de gran aliento, pintores, filósofos, urbanistas, matemáticos fundacionales, físicos determinantes, diseñadores, arquitectos, médicos o abogados que contribuyeron al avance de las artes y el conocimiento como rara vez se ha logrado en cualquier otro momento de la humanidad. Sin embargo, Pérez Gay da un paso mucho más allá de la simple colección de nombres y artefactos ahí ensamblados con acierto descriptivo. Él se sumerge en las obras de cuatro titanes de la narración y, con ellos, va revelando el entorno, las minucias, dolores y tragedias coincidentes. Nos participa, sin remilgos y con gracia, la englobante visión de toda una época crucial de la humanidad. Nos hace participes de las intimidades, amores, locuras y tribulaciones de esos escritores y, todo ello, Chema lo comparte sin remilgos.
Pero quizás una de las mejores aportaciones de Pérez Gay al conocimiento de la literatura, filosofía o ciencias en general de Alemania sea el sutil rescate, para gozo de sus lectores mexicanos, de la corriente de creatividad que emanó de la comunidad judía. Y más precisamente, de esos judíos que vivieron, trasegaron, hicieron negocios y prosperaron dentro del idioma y la cultura alemana, escribieron en esa lengua y le aportaron su genio. Ahí están, a paletadas, muchos de ellos. Se hacen presentes al recordar sus delicadas y antiguas poesías (Else Lasker-Schüler) o los aforismos de Karl Kraus publicados sin autorización. Un acontecimiento que destaca Chema en su reciente libro tuvo lugar en la Universidad Libre de Berlín, donde estudió y se graduó con un doctorado: la presencia y conferencia que dicta Hannah Arendt, donde, esa mujer judía confiesa su asimilación de raíz a la nación alemana.
Muchos son los que han gozado de éstas y de otras de las peripecias y averigüetas de Pérez Gay en sus más de 40 años dedicados a buscar, encontrar atajos y escribir con dedicado ardor. Su mundo, ensanchado por ideas, gestado con cariños, inocentes compromisos, aderezado con recuentos de historias ejemplares o por la riqueza de las imágenes pergeñadas aquí y allá, se alarga y penetra hasta tocar a un vasto número de lectores. Siempre bastantes más que aquellos, sus asiduos, que lo han padecido en sus prometidas pero incumplidas citas. Los reconocimientos a su labor no se han hecho esperar, tanto por los gobiernos de Alemania y Austria como, ahora, durante el ya mencionado de la FIL de Guadalajara. Otros, en la soledad sus lecturas, también lo han hecho con ruidoso silencio. Sus traducciones de los poemas de Paul Celan, traídos desde esos gélidos parajes europeos, tocan fibras ardientes desde el instante mismo de iniciar su lectura. Pero completar el círculo anímico de ese trágico poeta con algunos rasgos de su saga como sobreviviente del holocausto marca el método chemiano de comunicar a otros la savia vital de su propia experiencia como bibliotecario ávido, inteligente y generoso. Es una fortuna conocer y querer a un hombre que, al hacer literatura de la literatura, hace crecer a sus congéneres.
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